En el siglo XVIII la gente pensaba que Dios lo había creado
todo, que había creado la naturaleza y había puesto leyes. Pero de repente ve
que la naturaleza es ciega, indiferente, hostil a los humanos. No puedes
confiar en ella. Hay que poner el mundo bajo la administración humana.
Rousseau o Voltaire
vieron que el antiguo régimen no funcionaba y decidieron que había que rehacerlo de nuevo en el molde de la racionalidad. La diferencia con el mundo
de hoy es que no lo hacían porque no les gustara lo sólido, sino, al revés,
porque creían que el régimen que había no era suficientemente sólido. Querían
construir algo resistente para siempre que sustituyera lo oxidado. Era el
tiempo de la modernidad sólida. El tiempo de las grandes fábricas empleando a
miles de trabajadores en enormes edificios de ladrillo.
Hoy la mayor preocupación de nuestra vida social e
individual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas
que no puedan cambiar en el futuro. No creemos que haya soluciones definitivas
y no sólo eso: no nos gustan.
La crisis que tienen muchos hombres al cumplir 40 años, les
paraliza el miedo de que las cosas ya no sean como antes. Y lo que más miedo
les causa es tener una identidad aferrada a ellos. Estamos acostumbrados a un
tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a
aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en
todos los aspectos de la vida. Con los objetos materiales y con las relaciones
con la gente.
Todo cambia de un
momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto
tenemos miedo de fijar nada para siempre. Ser flexible significa que no estés
comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la
mente, en cualquier momento en el que sea requerido.
Esta situación de perpetua inestabilidad tiene efectos sobre
la identidad. Hace no mucho el precariado era la condición de vagabundos, pero
ahora marca la naturaleza de la vida de gente que hace 50 años estaba bien
instalada, gente de clase media. Menos el 1% que está arriba del todo, nadie
puede sentirse hoy seguro. Todos pueden perder los logros conseguidos durante
su vida sin previo aviso.
Es una devastación emocional y mental de muchos jóvenes que,
entran ahora al mercado de trabajo y sienten que no son bienvenidos, que no
pueden añadir nada al bienestar de la sociedad sino que son una carga. No saben
qué va a pasar, pero ni sabiéndolo serían capaces de prevenirlo. Ser un
sobrante, un desecho, es una condición aún de una minoría, pero impacta cada
vez mayores sectores de las clases medias, hay una enorme cantidad de gente que
quiere el cambio. Todos sufrimos ahora más que en cualquier otro momento la
falta absoluta de agentes, de instituciones colectivas capaces de actuar
efectivamente…